Pues sí, parece que la semana santa ha sido para el Gobierno Rajoy una auténtica semana de pasión. Tanto sobresalto, tanto susto en el cuerpo le ha entrado al Ejecutivo contemplar la fea cara de los mercados durante los desfiles procesionales que, con la Pascua florida de regreso, decidió ayer meterle un tajo de 10.000 millones al gasto en Sanidad y Educación, dos de los cuatro "intocables" pilares del Estado del bienestar , con la idea puesta en asegurar a esos malditos mercados que el 5,3% de objetivo de déficit para 2012 se cumplirá caigan chuzos de punta y pese a quien pese, en particular a las CCAA "rebeldes" (mayormente Andalucía y Cataluña), que de grado o por fuerza tendrán que ajustar la parte alícuota que les corresponde -el previsto 1,5% del PIB- en el drama que nos ocupa.
Y ¿qué ha pasado de nuevo en este martes 10, que no supiéramos ya el martes 3, cuando montones de españoles se disponían a pasar unos días de asueto a pesar de la crisis, la maldita crisis? Nada nuevo, la verdad, excepción hecha de ese clima, ese sentimiento adverso que se ha apoderado de los mercados a partir del momento en que el presidente del BCE, Mario Draghi , comenzó a manejar la hipótesis del cierre gradual de la barra libre de liquidez por parte de la institución que preside. Esa advertencia puso de relieve la peligrosa situación de un país cuya financiación, pública y privada, ha venido dependiendo en un 90% del Banco Central Europeo, con el temible corolario de que sin esa ventana España tendrá muy difícil financiarse, porque el acceso a los mercados de crédito parecen cerrados.
Seguimos empantanados con una reforma financiera que camina a paso de tortuga, para desespero que quienes le consideran piedra angular sobre la que descansa el arco de una hipotética recuperación, y no se sabe bien si la lentitud es pecado atribuible a Luis de Guindos o de Miguel Ángel Fernández Ordóñez (¿se puede acometer semejante reforma capital sin la estrecha, convencida, leal colaboración del gobernador del Banco de España…?) o de ambos dos. El resultado es que las subastas se eternizan y el problema de Bankia sigue ahí, aunque aparentemos haber olvidado las angustia de Rodrigo Rato , de modo que el tiempo pasa, vuelan las semanas, estamos a mediados de abril y cabe preguntarse si no seguiremos en el dique seco a finales de mayo, pendientes de un asunto que debería estar ya liquidado.
Temor a las decisiones precipitadas
Porque sin financiación al sector privado no hay posibilidad alguna de pensar en el cambio de signo de una economía que, según la versión de los más pesimistas, podría llegar a caer hasta un -2% este año, repitiendo suerte (en torno al -1%) en 2013, escenario en el que se hace difícil imaginar cómo poder financiar nuestro stock de deuda con unos mercados que han puesto a España en su punto de mira y desconfían, desconfían de casi todo, de los bancos, de las Comunidades Autónomas, del Gobierno y de la oposición, a menos, claro está, que el BCE siga dispensándonos la gracia de la dichosa barra libre.
En este panorama, el temple y buen hacer del Gobierno de la nación se convierte en cuestión clave de futuro. Durante semanas dio la impresión de que Mariano Rajoy manejaba el timón de la crisis con cierta soltura, perecía tener la iniciativa y jugaba con los tiempos a su albedrío. Parecía. Porque la sensación ahora es que las cosas han cambiado bastante, y a peor, tras los arreones de esta semana negra, más que santa, en que el Gobierno se ha visto contra las cuerdas por la reacción de los mercados.
Perder el control de la situación y empezar a tomar medidas un poco a la desesperada, sin el necesario raciocinio y reflexión, es lo peor que en este momento podría pasarle a un país al que ya le ha pasado casi de todo. Tomar decisiones precipitadas, propulsadas por el pánico del momento, sin madurar su virtualidad y consecuencias, es una asignatura que Rodríguez Zapatero llegó a dominar a la perfección.
Fue nuestro Baltasar Gracián quien dijo aquello de que "la diligencia hace con rapidez lo que la inteligencia ha pensado con calma". Esperemos que Rajoy no se parezca en nada a Zapatero.