Finalmente, la aparición y generalización de la imprenta y la creciente alfabetización de capas cada vez más amplias de la población permitieron que nuevas ideas fueran extendiéndose. Llegados a cierto punto, todo el mundo vio que el emperador estaba desnudo, que tanto el rey como la aristocracia sólo tenían el poder que se les permitiera tener, y que no aportaban nada pero consumían bastante. Obviamente, este cambio no fue pacífico, ni sucedió de un día para otro, pero al final, casi todas sus instituciones fueron derribadas y un sistema nuevo se creó de sus cenizas. Y este, con cambios, idas y venidas, ha subsistido hasta hoy.
El sistema actual se basa en la soberanía del pueblo, en una constitución que limita y regula el poder del Estado, en la separación de poderes y sistemas de contrapesos, y en sistemas de cesión de soberanía en representantes elegidos por votación cada cierto tiempo. Es una democracia representativa, indirecta. Esta interpretación de la democracia y de la manera en que la soberanía popular se estructura, de cómo se soluciona el problema de los derechos individuales que chocan o interactúan entre sí, ha sido válida hasta ahora porque era una increíble mejora respecto a lo anterior, y porque la tecnología y el nivel cultural de la población no permitían mucho más.
En un mundo de material impreso y cartas de papel, de medios de comunicación unidireccionales (periódicos, radio, y televisión) era lo más a lo que se podía aspirar: unos ciudadanos relativamente bien informados(o manipulados) que eligen cada cuatro años entre unos cuantos representantes que se les presentan dados.
La democracia representativa hace bastante tiempo que da claros síntomas de descomposición y desbordamiento.
El periodo de inestabilidad entre 1914 y 1945 fue una clara prueba de que ya por entonces estaba corrompiéndose, y dando lugar a gobiernos mediocres, incapaces y corruptos. Desgraciadamente los sistemas alternativos (comunismo, fascismo) que se intentaron por entonces fueron un completo desastre con resultados terribles. Por ello, al final se impuso una versión más o menos modernizada del sistema representativo anterior que ha venido arrastrándose hasta ahora.
Durante la segunda parte del siglo XX, la clase política y los grupos económicos a su sombra, han ido aumentando su poder con el tiempo, creando una nueva aristocracia, una casta endogámica que ha separado las instituciones del control de los individuos soberanos que les dan su legitimidad, acaparando resortes, y recursos, eliminando los sistemas de control y contrapesos que limitaban su radio de acción. Han neutralizado el control del judicial, y creado enmiendas en las constituciones que les permiten controlar el poder económico y usarlo para engordar grupos de poder afines y enriquecerse.
También han ido creando instituciones nuevas para controlar parcelas de poder que nadie debería controlar, como la emisión de dinero o los tipos de interés, cuánto crédito se crea y a quién y para qué se concede, ignorando criterios de lógica económica, o el simple sentido común. Esto ha ido minando los cimientos del sistema económico, desestabilizándolo cada vez más, provocando crisis cada vez más graves que tratan de solucionar aumentando todavía más su poder, apagando el fuego con keroseno.
El Estado moderno que crearon nuestros antepasados tras las revoluciones burguesas ha pasado de ser nuestro garante de libertades, a ser un arma que usan unos pocos para reducirnos a la servidumbre. Ya no necesitamos representantes, y menos aún representantes que no nos representan, que sólo se representan a sí mismos y a una selecta minoría que claramente actúa contra la ciudadanía, y cuyo nivel moral y capacidad intelectual es muy inferior a lo que se puede encontrar en cualquier cárcel. El sistema (y los que lo parasitan) se sabe obsoleto, y como el sistema aristocrático tardo-feudal absolutista, trata de enrocarse en el poder tornándose totalitario y con el uso de los medios de lobotomización masiva.
Internet y la democracia directa
Pero esta vez, las cosas puede que sean algo distintas que en los años treinta. La tecnología actual que permite que ustedes lean estas letras (y yo sus respuestas), hace posible una alternativa, un sistema mucho más democrático, en el que el ciudadano decida directamente qué poder quiere dar al Estado, qué leyes quiere que defiendan sus derechos, o en qué debe emplearse el dinero público. Internet, un medio de transmisión y coordinación de ideas bidireccional y en red, de muchos a muchos, está logrando que se empiece a ver que el Emperador vuelve a estar desnudo. La clase política y sus instituciones no proporcionan soluciones porque son el problema.
Cuando esta crisis termine y el polvo se asiente, podremos ver un terreno despejado en el que todas sus instituciones innecesarias habrán desaparecido. De los escombros saldrá un sistema nuevo. No sabemos cómo se llegará a este punto, pero tal vez podemos intuir algunas características del nuevo sistema. Por ejemplo, es probable que el sistema democrático del siglo XXI esté basado en una restricción mucho mayor del poder del Estado sobre las personas, sobre su vida privada o sobre sus bienes y un regreso a la separación efectiva de poderes. También es probable y deseable que el sistema de democracia representativa sea reformado o eliminado, avanzándose gradualmente hacia el verdadero ideal democrático de la Declaración de Independencia, o de las ideas ilustradas de la Revolución Francesa: democracia directa, la soberanía popular en manos del individuo, sin representantes. Este viejo sueño es ahora posible.
Por ejemplo, no es improbable que las nuevas cámaras legislativas virtuales sean compuestas por miles o cientos de miles de ciudadanos (algún día, todos) que redacten o voten las leyes electrónicamente desde sus casas, que nombren o destituyan "encargados de tareas" desde sus ordenadores o sus móviles. En un futuro, toda la población votaría "sí" o "no" a las iniciativas legislativas. A su vez, las nuevas tecnologías permiten que las leyes sean redactadas de forma colectiva por cientos o miles de ciudadanos elegidos para ello por un tiempo reducido, con controles de capacitación profesional, para elaborar leyes tocantes a sus áreas de experiencia, desde sus casas, a través de internet, de una manera similar (pero organizada) a como se elabora la Wikipedia.
Estos ciudadanos serían únicamente recompensados por su tiempo, pero sin adquirir ningún privilegio, y seguirían con su vida y sus carreras profesionales. No habría cargos electos a los que comprar, ni partidos políticos con estructuras corruptas. Los escasos cargos electos del Ejecutivo serían designados para funciones concretas, y por supuesto, e
starían sometidos a una posible iniciativa popular para revocarles el cargo en cualquier momento. La política como profesión sería una reliquia de funesto recuerdo.
*Spartaco, 35 años, es economista y vive en EEUU